Años después, mi tía abuela Celeste, poco antes de su muerte y sintiendo que una sobrina política volaba como cuervo sobre ella, me legó parte de su herencia: una bolsa con pinturas de tela, una cajita con pinceles y una especie de paleta de colores cuadrada. – Quedátelas – me susurró, - Para que no se las lleve Graciela –
No me importan las herencias, ni el dinero… pero este regalo me llenó de alegría.
La tal Graciela se ocupó de meterle los nietos por los ojos para convertirse en su luz y sombra, hasta obtener el poder de internarla en un Hogar de Ancianos y quedarse con todas las cosas que mi tía abuela guardaba en su casa. Celeste murió poco después, en el Hogar, seguramente de tristeza.
Así fue que recibí mis primeras pinturas y me vi alentada a comenzar a pintar sobre tela. Al comienzo pintaba retazos de tela que le sobraban a mi madre cuando hacía algo de costura. Luego ella misma cosía mis dibujitos sobre los forros de los almohadones. Ya saben cómo son las madres buenas, te alientan en todo lo que haces, aunque sean mamarrachos… ja!
Esta es una de mis camperas favoritas. En la espalda le pinté un dragón.
Así fueron mis pequeños avances... nunca fui a clases de pintura sobre tela, ni nada... solo me divertí con pinceles y colores. Pero les aseguro que es buena terapia. La idea es sugerirles una linda manualidad para entretenerse y pasar el tiempo. En las próximas entradas verán paso a paso mis últimas remeras pintadas...
Continúa...
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